Comentario
La evolución tecnológica deja percibir un fondo socio-político diferente. Aunque el califato dejaba siempre la protección permanente de la frontera a las poblaciones locales dirigidas por una aristocracia principalmente arabo-beréber, desde mediados de siglo se apoyó más en un ejército permanente central y en construcciones grandiosas pero de edificación rápida y probablemente de bajo coste, que en una sociedad andalusí seguramente compleja y segmentada, marcada todavía por influencias tribales. (La zona donde se edificó Vascos parece haber formado parte de estas zonas fronterizas fuertemente berberizadas que se han mencionado en varias ocasiones.) En otros lugares, como en Baños de la Encina, donde una inscripción fechada del 967 (al menos una de sus partes) atribuye esta reconstrucción a Maysur, un militar liberto, el castillo, destinado probablemente a facilitar el movimiento de los ejércitos, está construido enteramente con tabiya o con tapial encofrado, un método cómodo, rápido y eficaz que tiende a difundirse cada vez más en España y en Magreb en unas condiciones que todavía no se han determinado, todo ello sugiere que en el lado musulmán hubo un abandono progresivo de la piedra, cuando en el lado cristiano, hacia finales del X y en el XI, se tendía a lo contrario, a valorar y magnificar cada vez más este material de tradición romana clásica.
Tanto en el centro como en la periferia, el califato era menos inmóvil de lo que parecía a primera vista, aunque haya querido dar esta imagen de inmovilidad y de grandiosidad estancada, desafiando el tiempo, que Gabriel Martínez resalta en su escritura. Lejos de las tensiones netamente perceptibles en el interior del círculo de poder, que se hicieron evidentes a la muerte de al-Hakam II, la movilidad era constante en todo el espacio que controlaba este califa inmóvil desde Córdoba. Un solo ejemplo, que concierne al grupo clánico árabe de los tuyibíes de la Marca Superior: en el 973, "el califa recibió magníficamente a los hermanos del visir caíd Yahya, a quien ya se había dado orden de partir, o sea Yusuf, Muhammad, Hashim y Hudhayl, hijos de Muhammad b. Hashim, así como a los hermanos del difunto visir al-Asi b. al-Hakam y a los hijos de éste, primos de los anteriores. El califa les dedicó amables palabras, les prometió copiosos beneficios, y les dio orden de partir para Berbería con el jefe de la familia, el visir caís Yahya b. Muhammad, incorporándose a él y poniéndose a sus órdenes".
En otro frente, el del mar, donde el califato tenía también que vigilar un amplio espacio gracias a una flota oficial relativamente importante con base en Almería, que el primer califa había creado al lado de Pechina y había equipado a este efecto, se observa que, a pesar de su potencia aparente, se experimenta un retroceso que las fuentes árabes tuvieron cuidado de no resaltar. La base andalusí de Fraxinetum, que había preocupado a la Provenza y a las regiones alpinas durante decenios y que en época de Abd al-Rahman III se encontraba bajo el control de la propia Córdoba, aunque en su origen se había organizado espontáneamente, desapareció en el 972 ó 973, destruida por la reacción tardía pero eficiente de la aristocracia provenzal.
Se podría ver en ello un signo de las debilidades profundas de una potencia islámica todavía radiante pero cuya dominación se verá pronto contrarrestada por la renovación demográfica, socio-económica, tecnológica y militar de Occidente. Allí donde el califato no podía intervenir movilizando a sus ejércitos, la presencia musulmana se mantendrá difícilmente. El Estado parecía concentrar, cada vez más, todas las posibilidades de reacción contra las amenazas externas. Ahora bien, se trataba de un Estado cada vez más ajeno a la sociedad y cada vez menos articulado con ella. Los Amiríes lo llevarán a su apogeo, luego se derrumbará dramáticamente dejando a la sociedad andalusí como desamparada y desarmada frente a la amenaza cada vez más apremiante de los cristianos. Más que afectado realmente por la inmovilidad, el Estado evolucionó según la propia lógica del poder en los califatos musulmanes, una lógica que tendía a diferenciarse de la que regía la sociedad que evolucionaba por su propio movimiento. La distorsión de las dos realidades sólo podía tener consecuencias negativas.